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¿Qué trabajo realizáis en la misión de la que eres Superiora? De las dos misiones que tiene la Congregación en Nepal, la mía está ubicada en Katmandú. Allí trabajamos cuatro Hermanas. Mantenemos una casa de acogida para niñas desprotegidas, entre 4 y 15 años. Este año atenderemos a 15 niñas, pero el número se incrementará, probablemente, a 40 en el futuro. Se trata de niñas que han sido abandonadas por sus familias o que provienen de entornos muy desestructurados: por ejemplo, situaciones en las que el padre se ha casado por segunda vez y la segunda mujer rechaza a las niñas del primer matrimonio. Los padres, que rondan los 30-35 años, nunca recibieron una educación. Muy habitualmente, casan a las niñas a la pronta edad de 13 años, y entonces éstas tampoco reciben una educación. Así, se perpetúan rasgos discriminatorios de una sociedad que aún mantiene una cultura machista. Muchas de las niñas a las que acogemos viven en las montañas, y algunas de ellas tienen que hacer un viaje de hasta dos días a pie para acudir a la escuela. Puedes imaginar los riesgos que corren por el camino y las condiciones en las que llegan para recibir su educación. Todo esto evidenció la necesidad de crear este lugar de acogida. Por otra parte, los educadores suelen abandonar Nepal y emigrar a otros países, por lo que la función educativa en sitios como éste corre a cargo de las Hermanas.
¿Cómo surge en ti el deseo de dedicar tu vida al prójimo? Mi madre me inculcó desde pequeña la necesidad de ayudar a los pobres. Recuerdo un día, cuando yo era pequeña, que un vagabundo vino a mi casa y pidió algo de comer. Mi madre me dijo que le diese todo lo que necesitase. Entre todos, lo alimentamos y eso me hizo sentir bien. Mis padres siempre fueron una inspiración para mí. Mis dos hermanos también son personas que ayudan a otros en situación de necesidad, es una forma de pensar y de actuar que nos enseñaron en casa. Es muy motivador poder hacer posible el crecimiento personal de los demás, enseñar a otros habilidades básicas y a cuidar de sí mismos. Por ponerte un ejemplo, puedo hablarte de una de las niñas que atendemos: era la última de la clase y quería dejar los estudios, pero yo le dije que era tan lista como las demás y que debía seguir estudiando, que yo le ayudaría en todo lo necesario para conseguirlo. Hoy, es la segunda de la clase y está ayudando a otras niñas como ella. Cuidar de estas niñas todo el día, cocinar para ellas, enseñarles, etc... me hace sentir como si fuese su madre. Esto me hace feliz.
Naciste en la India. ¿Qué impresiones tuviste en tu llegada a Nepal? El pueblo nepalí es sencillo, hospitalario y generoso. Yo no conocía el idioma, y eso era una barrera, pero en seis meses aprendí lo suficiente como para comunicarme. No sabía lo que iba a hacer. Vine, y lo primero que hice fue analizar las necesidades y ver lo que hacía falta. Estuve un tiempo trabajando como tutora de informática básica para niños, y después empecé a hacer lo que hago ahora, cuidando de las niñas de las montañas. Comencé a acogerlas en mi casa. Hoy, la gente ya no quiere que me vaya, me dicen que me quede con ellos.
¿Qué es lo mejor y lo peor de tu día a día? No hay nada malo: veo a Dios en todas partes. Lo mejor es ser una madre para todo el mundo: están muy unidos a mí. Pienso que todo el mundo merece experimentar el amor de Dios.
¿Qué nos dirías a quienes te escuchamos desde el primer mundo? Que estos niños son nuestros como los vuestros son vuestros. Todos los niños pertenecen a Dios, todos somos hermanos y hermanas. Yo sólo puedo ayudar a unos pocos, pero todos juntos podemos ayudar a muchos más.
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